Por Marilina Frutos frutosmarilina78@gmail.com
Los estudiantes son la razón de ser de cualquier institución educativa. La educación es un proceso humano y social de transmisión y transformación de la cultura. En términos generales, se trata de una relación generacional donde un conjunto de conocimientos (ciencia, destrezas, técnicas y actitudes) se entrega de parte de una de ellas (docentes), para que sea acogido, reflexionado, criticado y nutrido por la otra parte (los estudiantes universitarios).
La transformación de la educación requiere un aumento significativo de la inversión en educación de calidad, una base sólida integral para el desarrollo, debe estar respaldada por un fuerte compromiso político y una planificación adecuada.
La sociedad actual tiene unas particularidades que originan una serie de retos en los escenarios del proceso de enseñanza–aprendizaje, crea expectativas diferentes frente a su salud o enfermedad, la calidad y seguridad del paciente durante su atención, la ética y el profesionalismo, la humanización, que actualmente se observa poco en los estudiantes de las nuevas generaciones. Por ello, los sistemas educativos deben planificar sus servicios basados y bien concatenados en las necesidades de los estudiantes y las demandas de la sociedad.
Los escenarios de aprendizajes se entienden como espacios educativos compuestos por 2 dimensiones: una psicosocial (personal, social y organizacional) y la otra relacionada a los espacios (real y virtual).
La crianza de los estudiantes de las nuevas generaciones, se caracterizan por un relacionamiento horizontal y de amistad con sus padres, por lo que esperan que todas sus interacciones con las autoridades en el plano de su formación, se desarrollen de la misma forma; dirigirse a sus docentes por su nombre de pila, haciendo poco uso de los títulos (Dr. Lic. Prof. etc.), quieren que sus profesores sean amigables y que compartan espacios con ellos, más allá de lo académico.
Entendiendo sus modos de ver a la autoridad como un par, pretenden que todo sea negociable, distribución de cargas académicas, las calificaciones, los horarios y todo lo relacionado en el ámbito educativo.
Para enfrentar este tipo de desafíos, el docente debe ser explícito en las reglas del juego al comienzo del curso, definir las expectativas del docente durante el desarrollo del curso, en su dedicación horaria, esfuerzo, cumplimiento del planeamiento didáctico institucional de la materia y de tiempos de tarea, entre otros.
En esta época de transformaciones constantes a nivel tecnológico y cultural, los maestros se enfrentan a grandes desafíos, ya que deben educar en el hoy, sin perder la vista en el futuro de los estudiantes.
Las nuevas generaciones, si bien exigen tener voz y voto en los escenarios de enseñanza–aprendizaje, prefieren criticar a ser criticados, por tanto, las preguntas que puedan exponerlos frente a sus compañeros tenderán al fracaso. Los escenarios de aprendizaje están mediados por el grado de crítica al que los estudiantes puedan sentirse expuestos y de la pertinencia de las preguntas que se realicen, las cuales se buscarán responder inmediatamente a través de sus dispositivos electrónicos y no por sus conocimientos, ya que no pueden extrapolarse, ni aplicarlos en otro contexto, con un pensamiento crítico, en muchos casos.
El éxito fácil que alcanzan las nuevas generaciones, asociados a la costumbre de recibir estímulo por acciones que en generaciones previas se consideraban mínimos, producen expectativas poco realistas frente a resultados de su esfuerzo académico, en la mayoría de los casos. Pueden esperar la excelencia a pesar de no asistir a los escenarios de aprendizaje, o culpar a la prueba, antes que considerar a su nivel mínimo de esfuerzo, para alcanzar los objetivos. La respuesta a todo lo antes expuesto es establecer expectativas claras, definir en la escala de evaluación cuál es el esfuerzo esperado para alcanzar el éxito.
Para facilitar el proceso de enseñanza-aprendizaje, el profesor debe desarrollar también habilidades no técnicas en el estudiante tales como: Organización, Disciplina, Manejo del tiempo, Habilidades tecnológicas y capacidad de autoevaluación. El trabajo colaborativo interdisciplinario, y no solo entre estudiantes de la misma aula o campo de práctica, sino también entre las diferentes áreas de salud (Transdisciplinariedad). Esto deberá ser un paradigma para innovar y enfrentarse a los desafíos actuales en educación superior de salud. Habrá que evaluar si es seguro para los pacientes, si influye positivamente en la calidad de la atención y del cuidado, tiene supervisión directa por el docente, presenta planes para manejar y mitigar la fatiga y facilitar el desarrollo de todas las competencias y capacidades correspondientes (Profesionalismo).
Los gerentes especialistas en educación superior en salud, deberán estar atentos en estas dimensiones para dar continuidad o no a los escenarios de prácticas clínicas, estableciendo reglas claras y explícitas, que permitan despertar la curiosidad y creatividad del estudiante universitario, para hacer más fácil el aprendizaje a través de diferentes metodologías.
El maestro debe afianzar en los estudiantes a saber ser, y en ese contexto a “ser humano”, de manera transversal, a proyectarse y ser además un ejemplo para ellos. Tristemente, en varias instituciones esto es una materia de relleno, los docentes del futuro deben ser al mismo tiempo “formadores y orientadores–tutores”. Esto quiere decir que no solamente transmitan conocimientos, sino también acompañen al estudiante “a que se apropie y aplique el conocimiento durante la práctica clínica”, deben combinar tecnologías presenciales y virtuales, experiencias locales con experiencias regionales y globales, e incorporar a sus disciplinas un enfoque inter y multidisciplinario, para realizar al máximo su potencial humano, los estudiantes no solo deben dominar una gran cantidad de hechos y conceptos, sino ser capaces de procesar, aplicar, extender y ampliar dichos conocimientos.